La unión de la certeza y la aceptación nos lleva hacia el tercer pilar del camino espiritual que es la humildad, en donde “ser humilde” consiste en sentirse parte de un Todo perfecto en donde nada está sometido a la casualidad, sino que encaja dentro de un perfecto “orden o cosmos” universal.
La humildad como virtud del Alma humana se diferencia del control, que es uno de los tantos defectos del ego en su afán de manjar las cosas para que salgan de acuerdo a su ambición de poseer cada vez más de todo, ya sea en riqueza material, fama, ambición, reconocimiento, valoración y aceptación, o amor incondicional de los demás…
Ser humilde no implica ser pobre o modesto en hábitos y costumbres, ya que la verdadera humildad, al ser del Alma, no se fija en las pequeñeces que necesita el ego para sobrevivir y competir con los demás.
Soltar entonces el control excesivo sobre las personas, circunstancias y los objetos, nos permite tener gratitud por lo que nos ha tocado en el reparto de la Vida, ya que sabemos con certeza que es lo justo que necesitamos para crecer…
Esto no significa de ninguna manera no tener ambición espiritual que se basa, no en ser reconocidos y valorados por ser “buenos, elevados o espirituales” ya que ésta sería otra “trampa” del ego; sino en la ambición de dar y compartir cada vez más de nosotros mismos hacia y con los demás en primer lugar y en segundo; querer conectarnos más con el Creador a través de desarrollar sus cualidades de amor incondicional, generosidad, bondad de corazón y humildad verdadera, que nunca necesita agradecimiento ni aprobación.
A la humildad espiritual del Alma y del corazón, se la llamaba antes el “temor reverencial de Dios”, que no consiste en tener miedo al castigo divino, ya que pensar esto sería infantil; sino en admirar las maravillas y a toda la Creación como muestra máxima de la bondad y generosidad del Creador, que aunque nosotros le cerremos las puertas con actitudes y pensamientos de duda, incredulidad y egoísmo, siempre nos quiere dar más de sus bendiciones; a semejanza del Sol que cada día nos da y regala más de su Luz y de su calor sin pedirnos nada a cambio.
Y por último, la certeza, aceptación y la humildad nos llevan al cuarto pilar del sendero espiritual que está constituido por la gran tríada final: Gratitud, Apreciación y Felicidad…