La aceptación viene de la mano de la certeza y se diferencia de la resignación, en que ésta última acepta forzosamente lo que el destino le depara, especialmente cuando se trata de infortunios y sufrimientos, ya que “resignarse” es renunciar a algo de lo cual se piensa, uno fue despojado injustamente.
Pero sabemos por la certeza, que si todo lo que nos ocurre es para bien y aprendizaje de nuestra Alma, no existen injusticias a nivel espiritual aunque sí puedan ocurrir en nuestro plano material, ya que el hombre al ser imperfecto, posee una “justicia humana” también imperfecta.
Lo primero que hay que aceptar es que el universo se rige por la Ley Universal de Causa y Efecto, en donde cada uno recibe lo que genera con sus pensamientos, palabras y actos, porque todo vuelve, sea esto negativo o positivo…
Aquí no hay que pensar que solo se trata de darle la bienvenida a un juicio adverso en contra nuestro, sino más bien pensar en porque estoy viviendo esta situación ahora, y que tengo que aprender de ella, ya que se crece más a través de las crisis y los desafíos, que en una vida cómoda y placentera que patee los problemas para más adelante.
Aceptar significa también tomar responsabilidad por la propia vida y dejar de culpar a los demás por lo que me hicieron o dijeron, ya que el “boomerang” nos devuelve en forma de personas, hechos o circunstancias lo que hemos generado en esta vida y hasta incluso en las anteriores…
Aceptar significa entonces no quedarnos con los brazos cruzados, sino reconocer nuestras actitudes erróneas con humildad y tratar de repararlas, no volviendo a cometerlas y pidiendo perdón a quienes hemos dañando de palabra o de hecho, y antes de que sea demasiado tarde.
La aceptación implica también hacer esto mismo con las acciones erróneas ajenas, tratando de comprender y perdonar, ya que de la misma manera con que nosotros nos comportamos con los demás, se comportará el universo con nosotros ya que todo forma parte del maravilloso rompecabezas que es la Creación…