Existen tres tipos de relaciones filiales básicas:
Relación hijo pequeño-padre: el hijo trata de agradar al padre porque en el fondo teme que se enoje y sea castigado por él. Entonces se “porta bien” no por convicción y hace lo que “se debe hacer” para ser un “buen hijo”.
Tampoco lo contradice sino que se limita a obedecer, ya que tiene miedo de que si se expresa tal cual es y siente será rechazado. Este hijo cumple con las expectativas del padre…
Relación hijo adulto-padre: el hijo elije su propio camino sin obedecer al padre, des-idealizándolo y viéndolo como un igual. Ya no teme su rechazo, sino por el contrario, el padre lo apoya por amor y estimula sus decisiones adultas.
También deja que se equivoque porque sabe que tiene que aprender sus lecciones de vida, convirtiéndose en un “socio silencioso” que solo interviene cuando este le pide su ayuda…
Relación hijo grande-padre anciano:
El hijo ahora debe cuidar del padre y retribuirle todo lo que él le ha dado a lo largo de su vida, siguiendo su ejemplo de amor, generosidad y bondad. Toma este ejemplo y se comporta como el padre se comportó con él, ayudando a los demás y manteniendo una relación adulta con él.
Siente que es su deber amarlo y cuidarlo, y puede pedirle al padre lo que sea, ya que este al verlo grande y todo un “adulto” termina obedeciéndole…
Lee atentamente las tres categorías, reflexiona y pregúntate:
¿En que categoría está tu relación con tu padre sanguíneo?
¿Podrías hacer un paralelo con el padre celestial cuando le pides algo en oración?
De la sabiduría de la Kabbalah.